“Gabriel dijo a Adam: Este Arco es el Poder de Dios. Esta Cuerda su Majestad. Estas flechas son la cólera y el castigo de Dios infligido a sus enemigos…”
Entres las armas usadas por los soldados que custodiaban la fortaleza se encontraban armas blancas como la jineta o la daga, así como ballestas como el “afranyi”, no obstante la preferida era el arco, ya que para el ejército del Islam todo creyente debe aspirar a tener arco y flechas, porque no tira el hombre, Dios es el que tira, es por ello que enseñaban a sus propios hijos a usarlo y cuidarlo.
Consideraban que el enemigo temía más a la flecha que a la espada o a la lanza, porque hacía mucho más daño, más de una vez una sola flecha derrotó a todo un ejército, se sabía que un arquero si tenía cien flechas era igual al mismo número de hombres.
Umayr, carpintero de la villa, llevaba varios días consecutivos construyendo nuevos arcos para los soldados y poniendo a punto los que se encontraban en mejor estado. Para ello contaba con la ayuda de su hija Badriya, que por orden de su madre, Kala, esos días tenía una dedicación exclusiva con su padre, que no le había permitido ver a Juan, al prisionero que consideraba su amigo, ni tan siquiera había acudido al aprendizaje de los versos del Corán con el resto de niños y niñas que vivían en su pueblo.
Umayr recogía madera de fresno para las palas y de acebuche para la empuñadura del arco, así como también de acebuche para las flechas, en lo zona cercana al río que bordeaba el cerro donde se encontraba la fortaleza.
Las palas de fresno, por su mayor flexibilidad, eran mojadas y calentadas para darle forma, cortadas por la mitad de una cara a otra, luego las rebajaba del exterior al interior para que los anillos fueran desplazándose hacia arriba, cada vez más fina a la punta. En la empuñadura, donde se agarraba el arco y se apoyaba la flecha, donde se encajaban las palas, siendo amarradas para mayor seguridad, convertida en una sola pieza resistente.
Las cuerdas se preparaban de tripas de animal, que previamente debía cocer, estirar y someterlas a un proceso de secado. Las puntas de las flechas eran de hierro, forjadas por Umayr, que eran enfundadas y amarradas en la punta, en la parte trasera llevaba la muesca para colocarlas en la cuerda, así como adornadas con dos plumas diferentes. Las Aljabas donde se guardaban las flechas eran de cuero, para ello la piel se cubrían de agua más de un día con cal, para posteriormente ser limpiadas y descarnadas, antes de trabajadas y decoradas.
Badriya se dedicó en esos días a lijar las palas y empuñadura con piel de tiburón, así como los vástagos de acebuche para la flechas. Una vez bien pulidas el trabajo consistía en barnizarla con aceite de tejo. La cuerda se engrasaba con cera de abeja y la parte central donde se apoya la flecha las lijaba, cuidadosamente, con crin de caballo. El resultado, la dulzura de la niña en su trabajo, hacía que todos supieran que Badriya tenía un don especial para el arco, que llevaba a una auténtica veneración y respeto en toda la guarnición hacia ella.
Kala había ideado un plan, su corazón solamente se dirigía a Naima, su hija mayor, cautiva de los cristianos. Así que tenía la clara intención de aprovechar la amistad de Badriya con Juan, porque estaba preparando su huida, a cambio de ello el prisionero tendría que prometer que buscaría a Naima, una vez libre, y la devolvería de nuevo a sus brazos.
Así que las semanas anteriores a la actividad febril con los arcos, fue transmitiendo las instrucciones al prisionero a través de Badriya, cuidando cada uno de los detalles para que se pudiera llevar a cabo el plan con éxito. En la última vez que Badriya hablaría con Juan en ese estatus, siendo este prisionero y ella libre, porque décadas más tarde se encontrarían en una situación diferente, Kala le preguntó al llegar:
- ¿Le preguntaste su nombre como te había ordenado?
- Sí madre, su nombre es Juan Viudo.
Kala, ante ese nombre, sintió un profundo desasosiego, que de forma breve se apoderó de su fuerte espíritu, ahora un cristiano conocía lugares y secretos de su fortaleza que les hacía más débiles, sin darse cuenta siquiera de sus enormes ojos negros pareciera que hubiera perdido parte de su brillo y sus labios desataron un suspiro de dolor, aún así, estaba la libertad de Naima en juego y nada en el mundo cambiaría su osadía.
Antes de las primeras luces del alba Juan estaba muy inquieto, esperando en la mazmorra del torreón central de la alcazaba de la fortaleza, esa mañana, de la misma forma que había estando haciendo en las dos semanas anteriores, desde que no veía a Badriya, los trasladaban donde se encontraba la otra torre de esta extraña fortaleza, en la zona norte, para reparar sus murallas exteriores deterioradas por el paso del tiempo.
Encadenado, vigilado por los guardianes y los perros, en el camino hacía donde tenía que trabajar, le caía las gotas de agua de forma persistente en su rostro, sabía que era el día elegido para su huida. Cuando se apagaban las últimas luces del día, con la lluvia arreciando sobre su espalda, observó como parte de la guardia se retiraba a recoger a los perros, antes de partir a su encierro en el torreón de la zona sur, era el momento apropiado, el que llevaba tanto tiempo esperando.
En la zona menos pendiente, donde se encontraba parte de un muro derribado, en un descuido de los guardias se deslizo a través de él, a pesar de las cadenas que tenía en sus tobillos, todo dependía de la suerte, no debían notar su falta hasta la hora de encerrarlos en el sótano del torreón. Suerte que parecía acompañarle, porque esa desapacible noche le ayudaría, como había previsto Kala, por ese motivo tenía que esperar la lluvia, que a veces tanto tarda.
Cercano al lugar por donde se deslizó, tal como le había transmitido Kala a través de Badriya, pegado al tronco de un algarrobo, encontró un pequeño punzón, que le serviría para liberarse de cadenas y un puñal nazarí bien afilado, que usaría más tarde.
Así que dirigiéndose hacia suroeste en primer lugar, hasta cruzar el río, por el viejo puente romano encontró lo que esperaba, era el momento de usar el puñal, de forma que atrapó un cordero en la otra orilla del río, degollándolo y dejando rastros de sangre en distintas direcciones, para despistar a los perros.
Lavándose en primer lugar en el río, para no dejar huella, comenzó por volver los pasos hacia atrás, siguió la orilla del río hacia el norte, dejó a un lado la primera garganta, que se encontraba prácticamente en frente de la fortaleza, paso delante de huertas de regadío, hasta que dio con la siguiente garganta, donde iniciaría el camino hacia Alcalá, sus pies sangraban, el dolor insoportable, no obstante no se oían los guardianes ni los perros, se preguntaba que milagro habría obrado Kala para obtener ese tiempo, que le parecía más valioso que el mismo oro.
Cuando los guardianes llegaron al Alcazaba se dieron cuenta que faltaba uno de los prisioneros, en primer lugar supuso una fuerte agitación, enseguida fueron a por sus armas, dispuestos a sacar a los perros e iniciar la caza. Cuando los soldados nazaríes tomaron sus arcos notaron una extraña sensación que no habían tenido nunca con tanta intensidad, ese don especial de Badriya en su máxima expresión, como si los corazones de los que siempre habían sido soldados quedaran atrapados en una alegría profunda y, a su vez, contenida.
La pequeña Badriya había trabajado convencida por Kala con más motivación que nunca, por ello tenía que llenar de alma los arcos y flechas, como nunca antes lo había hecho, porque mientras trabajaba soñaba que con ello traería de nuevo a casa a su hermana Naima.
El nazir que se encontraba al mando de la unidad ordenó que por la mañana iniciaría la persecución, que informarían a Al-Qaid de lo ocurrido, así no tendría que iniciar el acecho en una noche de lluvia. Los soldados aceptaron de buen grado, sin embargo la lluvia no hubiera sido motivo suficiente, todos tuvieron presente que era el prisionero que tanto estimaba Badriya, todavía embriagados con sus arcos en sus manos, les llevó, sin tan siquiera darse cuenta, a dar cierta ventaja al fugado.
Juan, siguiendo el arroyo, cerca de una zona donde había cientos de madroñales, encontró un abrigo en el lugar que le había indicado Badriya, siguiendo las instrucciones de su madre, en ella encontró, bien tapadas en telas, almendras e higos secos, un ungüento para curarse los pies y tobillo que le pareció milagroso, además de un calzado árabe cosido en cuero, con unos pequeños tapones de corcho, que le ayudaría en su camino de regreso, que Kala de forma temeraria había acercado a la cueva.
Siguiendo el plan, ya en tierra de nadie, mientras le vencía el sueño para recuperar fuerzas, quedo sumido en una profunda admiración hacia Kala, hacía su coraje y su inteligencia, así como en la dulzura de Badriya, más tarde o más temprano traería de vuelta a Naima, sin saber que ocurriría mucho antes de lo que él esperaba para lograrlo. Lo que tampoco adivinaba es que la frontera y esa fortaleza, donde dejó parte de su alma, le dejaría marcado en una duradera relación, que caminaría con él a lo largo de toda su vida.
Extraído de su blog:
Cautivos en la Frontera II: La Huida de Juan
Espero que disfrutéis mucho del blog.
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