domingo, 27 de marzo de 2016

Cautivos en la Frontera I: Sueños de libertad en la puerta del tiempo... por Eduardo Navarro

En una sociedad fronteriza, como la situada entre la nazarí y la cristiana de la Edad Media, la presencia de cautivos en ambos lados era una de sus características distintivas, así como la figura de los alfaqueques, buenos conocedores de la frontera, que eran los mercaderes especializados en negociar los rescates,  de hecho eran quienes ponían  en contacto a los familiares de los cautivos con sus amos, por lo general si había dinero por medio. 


Ya que no quedaba la menor duda que era un negocio lucrativo, que hacía que no todos los cautivos fueran  iguales, válido en un lado como el otro, había quienes podían ser rescatados y había quienes podrían ser cautivos de por vida. Por otra parte, Castilla y Granada, reconocían el derecho de los cautivos a buscar la salvación en la huida, a veces, tan sólo algunos, sin encontraban alguna ayuda de almas caritativas.

No obstante, este es sólo  el comienzo del relato, así que no sería apropiado adelantar los acontecimientos, les animo a conocer la historias de unos jóvenes cautivos en la frontera Nazarí-Cristiana, que un día tuvieron el valor de emprender esa huida…

La tierra de nadie era la franja de contacto que no pertenecía a uno u a otro reino, sin embargo ese día Naima se encontraba a la orillas del río que rodea la colina, donde se encontraba la fortaleza donde vivía, cuando fue apresada por el Almocaden cristiano Arias Pérez, con doce almocadenes a su mando, que prepararon una escaramuza en la zona cercana de su villa. Obtuvieron buenas presas, además de Naima, dos pobres agricultores y un joven nazarí que había salido, por primera vez sólo, a cazar con su arco.

Sus dueños eran una familia de cristianos viejos, que tenía a su hijo Benito en casa, un joven adolescente, la única persona que  hablaba con dulzura a Naima. Juan, su hijo mayor, había sido apresado por los nazaríes un año antes, lo que provocaba el resentimiento hacia la cautiva de sus padres, a su vez, también estimulaba la complicidad con Benito, que pensaba que si la trataba con ternura tal vez hicieran lo mismo con su hermano Juan en territorio granadino.

Así que Naima trabajaba en todas las tareas domésticas de la casa, recogía agua de la fuente y si había ratos libres tenía que ayudar en el cuidado del huerto y con el cuidado de los animales, sin descanso. Tan sólo cuando sus dueños se descuidaban, era ayudada por Benito, que siempre la miraba con admiración y asombro, tanto que comenzó a enseñarle el castellano viejo y a decirle cosas que no sabía porque salía de dentro de él, mirándola fijamente:
-          Naima, son tus ojos dos lunas llenas en el cielo…
-          Benito eres tan joven como atrevido. 

Le contestaba Naima con una sonrisa, que hacia que Benito intentara bajar la cara avergonzado, aunque se le hacía imposible no verse perdido en la sonrisa y en los enormes ojos de su cautiva.

Por la noche Naima dormía en una pequeña cuadra, que estaba muy cerca de la casa de sus dueños, dejaba la ventana entreabierta, a pesar del frío, para perderse en las estrellas y recordar los olores de su pueblo, a mirtos en otoño, a dulces con miel y almendras en invierno, a flores en primavera y en las tarde noches de verano a violeta y almizcle, con el pelo perfumado con algalía y la uñas pintadas con alheña.

Esa noche, sin embargo, iba de camino de ser otra maldita noche. El sonido del cerrojo de puerta de la cuadra alertó a Naima, llegaba el señor de la casa a saciar su apetito.


Una vez sola, con la mirada fija en el firmamento y mancillada, Naima recordaba cuando su madre, a la orilla del río que fue apresada y que tanto amaba, le acariciaba dulcemente el pelo y le contaba leyendas antiguas de su pueblo, la recordaba y lloraba y lloraba, como si inundar quisiera todas las estrellas juntas, hasta que comenzaba a aparecer las primeras luces del alba.

Mientras tanto, en el Torreón central de la fortaleza del lugar que tanto añoraba, encerrado en su sótano, se encontraba los cautivos cristianos, el lugar más vigilado, que impedía la posibilidad de fuga. 

Juan tampoco había podido detener ese río de lagrimas, apenas con el espacio justo para dormir, abejorrado con hierros y cadenas en sus tobillos, esperaba la primera llamada a la oración, antes de las luces del alba, para volver a ver la luz del sol, aunque le esperase un duro trabajo,  hasta la cuarta llamada a la oración, después de la puesta del sol.

Así que Juan, era un “asir” para los nazaríes, un prisionero de guerra, a pesar que se alternaban los periodos de guerra y paz, siendo de mayor duración éstos últimos, fue apresado cuando intervino en una razzia en el otoño de 1407,  en la que un pequeño grupo de hombres, actuando de forma rápida y efectiva, quemaban los campos, robaban ganado y hacían prisioneros, con el propósito de debilitar al rival para que fuese más vulnerable. Los nazaríes estaban alerta, esperando en ese día y cayeron en su celada.

Poco después de la primera llamada a la oración, los cautivos eran trasladados a la restauración de la muralla oriental de la fortaleza, siempre vigilados por sus guardianes y perros adiestrados. Siendo alimentados con una harina que no era trigo, de mezcla de cereales de baja calidad, con la escasa cantidad de una libra y media.

Juan tenía un hilo de esperanza, representado en una pequeña nazaríe llamada Badriya, que convencía a sus vigilantes para poder entregarle agua y comida que traía de su propia casa. Tenía los ojos como la luna llena, henchidos de ternura, que se colmaban de tristeza cuando hablaba de Naima, su hermana mayor, cautiva de los cristianos.  

Badriya era hija del mejor carpintero de la villa, además tenía un don especial para tensar el arco, arma favorita de los nazaríes. Unido a su dulzura, hacia que los guardianes pasaran la vista por alto cuando se acercaba a Juan, que había aprendido el árabe después de más de un año de cautiverio.
-  Juan, ¿tratarán bien a mi hermana Naima en tierra de cristianos?
- Badriya, los pájaros que vuelan a lo lejos, me dijeron esta mañana que pronto tu hermana será libre

Badriya no podía evitar una gran sonrisa con las palabras de Juan, el único suspiro que le daba fuerzas, la única esperanza de que no acabase su existencia tan lejos de su hogar, no podía dejar de soñar en que algún día sería libre como Naima, tampoco que sino cambiaba su suerte temía por su vida y cuando su mirada se quedaba brevemente absorta en la Puerta de Entrada de la fortaleza, la imaginaba como si el paso a través de sus arcos fuera el último recorrido, el que lleva hacia la último tránsito, como una extraña Puerta del Tiempo, que algún le daría a elegir entre dos caminos, el de la libertad o el de la muerte.

Extraído de su blog:
Cautivos en la Frontera I: Sueños de libertad en la puerta del tiempo

Espero que disfrutéis mucho del blog.

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